10/27/2014

Autopublicarse es un camino duro, pero es un camino digno

Hace unos días leí un post de Mercedes Pinto en su blog (Link), y volví a oír la entrevista que le hicieron Miren Palacios y Sol Tame en la Universal Radio (Link), y tengo claro que Mercedes no es una autora más de los muchos (muchísimos) que pululan por las redes con su etiqueta de escritor. La desazón de Mercedes es, de algún modo, la misma que sentimos muchos escritores, y que aun así, como ella, no mezquinamos esfuerzos por puro amor a la literatura. 

En uno de sus párrafos, dice esto:

«No entro a juzgar cuántos de ellos se sienten de verdad escritores o tienen otros objetivos que se escapan a mi entendimiento […]»

Ese párrafo contiene más que esas veintidós palabras, y explica algo que a mí no se me escapa (y a Mercedes, intuyo, tampoco). Probad poner en Google «cómo ganar dinero escribiendo libros». Aproximadamente 1.160.000 resultados (0,61 segundos). Incluso encontraréis post como ESTE, en el cual hasta nos plantea que si no nos gusta escribir, no nos hagamos problemas:


       Es evidente que, además de muy lícito, cada cual busca la mejor manera de poner los garbanzos en su plato, aunque con esta fórmula, también es verdad, algunos quieren poner pepitas de oro. Pero no menos cierto es que nunca me resultó tan complicado decidir en qué autor invertir mi dinero. Sin mencionar plataformas como Amazon, en las cuales chiquicientos miles de autores se pelean por un puesto en el top 100, algunos con sudor honesto, y otros… otros vaya uno a saber. Lo ignoro.

Hoy el éxito editorial tiene más que ver con las estadísticas de ventas que con la literatura. Eso es así, todos lo sabemos. Hoy tener éxito editorial no depende de lo buen escritor que seas, sino de tus conocimientos de marketing en internet, de tu habilidad con las redes sociales, de lo mediático que seas, y un sinfín de otras aptitudes ajenas al espectro natural de un escritor. En algunas oportunidades he descargado un libro electrónico de un autor «perdido» en esa densidad de escritores y pseudoescritores, y he lamentado que tanta literatura no transcendiera como es debido. En otras, he lamentado no haber invertido esos 0,99 o 1,99 € en una barra de pan o en una cerveza con los amigos del bar de la esquina. O incluso sin amigos.

Del mismo modo, ya no me fío de los títulos que se exhiben en las librerías. Yo entiendo a las editoriales, ya lo dije en este post (Link). Ellas tienen un objetivo muy claro: subsistir, pagar nóminas, proveedores, y para ello necesitan vender. El romanticismo aquí no cuenta, y si contara, las llevaría a la ruina. Es decir, las grandes editoriales y yo jugamos partidos diferentes, en deportes diferentes.

Y si hablamos de las editoriales pequeñas, esas que están dispuestas a arriesgar su dinero con un autor desconocido y que consideran literario, también me planteo algo similar. Para vender cuatrocientos o quinientos libros de papel, no necesito una editorial valiente que me pague una miseria, y con «Todas son buenas chicas» lo estoy demostrando.

Luego de sentirme varias veces defraudado ―casi como burlado―, en plataformas de descargas y librerías, reconozco que mi ánimo para publicar suele entrar en barrena. Pero siempre consigo controlarlo, porque hay una verdad ineludible en la que creo firmemente:

El mundo editorial ha cambiado y nunca ha sido tan fácil publicar, pero escribir literariamente nunca lo ha sido y, al final, el lector ―el buen lector― sabrá apartar el trigo de la paja.

Por desgracia, la línea que separa el amor a la literatura de las necesidades y/o aspiraciones económicas, es muy sutil. Es un delicado equilibrio entre cifras de ventas y cantidad de lectores, que no son lo mismo. Una venta no es un lector. Como he dicho, he descargado libros electrónicos de los cuales he leído veinte páginas y los he abandonado. En resumen, estoy en sus cifras de ventas, pero no en la de lectores. Esto, dicho por un escritor, podría parecer un argumento falaz. Sin embargo, muchos de mis lectores, sobre todo aquellos que parecieran tener cierto compromiso moral para conmigo o con mi obra, han tenido que escuchar una pregunta a quemarropa: Pero, ¿tú lees? Porque no quiero una venta y ya está. Quiero un lector. Con el tiempo, si realmente soy bueno, tendré mis lectores y mis ingresos económicos. Como Mercedes Pinto, y por eso aplaudo su decisión de autopublicarse. Es un camino duro, pero es un camino digno, que demuestra una voluntad inquebrantable de no doblegarse a un mercado editorial que tiene poco de literario, aunque algunos autores que han sido publicados por editoriales nos miren con cierto menosprecio. Me ha pasado. Más de una vez.

Sigo. Las plataformas de descargas digitales han derribado las barreras que obstruían el camino de muchos escritores hacia la publicación, pero también las han derribado para los buscadores de oro. Casi sin invertir dinero, el autor puede publicar y vender en digital y papel bajo demanda ―con mejores condiciones que con las editoriales convencionales―, y el lector puede elegir la versión que prefiera. Lo malo de la gratuidad, como en todos los aspectos de la vida, es que sus objetivos se desvirtúan, y así está el patio literario.

Sin embargo, dicen los expertos ―porque la red está a rebosar de expertos― que el libro electrónico acabará con el papel, con sus ventajas para la ecología. Desde hace muchos años lo vienen vaticinando pero, de momento, no ha ocurrido. No soy experto y, por lo tanto, no tengo ni claridad ni autoridad para concluir si la caída de las ventas en las librerías físicas es consecuencia de la crisis económica, de la aparición del libro digital, de la torpeza informática, de la calidad editorial o del escaso hábito lector. Son muchos factores en la batidora. Pero la verdad es que el crecimiento de las ventas de los libros electrónicos tampoco es que sea tan arrollador. Según entiendo, aún no consigue superar a la venta física, y está bastante lejos de conseguirlo.

Publicaré en Amazon, sí, porque tampoco soy un obtuso. Sé que es una plataforma que nos permite llegar a más lectores. Pero nunca dejaré de publicar en papel, aunque sea una cantidad mínima, por eso del calor humano. Joder, si es reconfortante, ¿o no?, y no me importa invertir dinero en ello. Porque no lo haré bajo demanda. Lo seguiré haciendo como lo he hecho: los ejemplares en mi casa, esperando el pedido de los lectores que han rellenado el casillero de «¿Dedicado a quién?».


El contacto con los lectores.
Es apenas un detalle, casi imperceptible, devorado por esta vorágine de redes sociales y virtualidad: el calor humano. Lo he comprobado este fin de semana al reunirme en Madrid con Dorcas (Link), con Ana Bolox (Link), con Sol Tame (Link), con Yoly Hornes (Link). Calor humano. Cara a cara con tu lector. Ya pondré «Todas son buenas chicas» a la venta en Amazon, es fácil y es gratis. Tengo todo listo para hacerlo: maquetación, portada, ISBN, todo para subirlo en un par de horas, siendo torpe. Pero lo haré cuando sea el momento, después de que tenga cierto recorrido en papel, después de que muchos lectores reciban su ejemplar dedicado por mi puño y letra, después de haber preparado muchos sobres y haberlos llevado, yo mismo, a la oficina de Correos, después de haber charlado con ellos cara a cara en las presentaciones, de habernos dado la mano. Calor humano, algo que nunca nada ni nadie podrán ni reemplazar ni soslayar. Ni blogs, ni redes sociales ni comentarios en Amazon. Y si yo me olvidara de eso, si algún día me olvidara del calor humano, sentiría que dejo de ser un escritor para ser solo un vendedor de libros. 



Gracias por tu visita. 

«Todas son buenas chicas» (Link).

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