1/21/2015

Las técnicas narrativas y las inquietudes literarias

Mi amigo Chema Sanchez Alcón (Link), que es filósofo, escritor, presidente de la Asociación de Centros de Filosofía para Niños de la Comunidad Valenciana (Link), dice que hacer filosofía es dialogar, y a mí me gusta mucho conversar.
Hace unos días, conversando sobre literatura y escritura con una persona, que por cuestiones de privacidad le llamaré “esta persona”, me preguntó si realmente pensaba que el dominio de las técnicas narrativas es tan importante para un escritor. Yo le contesté que cuando uno lee, por ejemplo, una novela, eso se nota. ¿En qué?, me dijo. Pues —respondí—, hay rasgos como el manejo de las coordenadas temporales, la funcionalidad de las descripciones, la construcción de los personajes, el ritmo, la visibilidad, es decir, en cuáles momentos el escritor prefiere mostrar y en cuáles explicar… Luego dijo que, entonces, la diferencia entre un buen narrador y uno mediocre estaría en el dominio de las técnicas narrativas. Respondí que no. Y “esta persona” dijo que, desde luego, mi respuesta era desconcertante.
Empecé a tomar contacto con las técnicas narrativas hace más de tres décadas, de la mano de don Américo Calí, descubriéndolas mediante las lecturas que él me recomendaba y que luego discutíamos. Con el paso del tiempo, comparando los estilos de diferentes autores, comencé a sospechar que había algo más allá de del dominio técnico: las inquietudes propias de cada escritor. Pero no me refiero a las temáticas, que cada cual tiene las suyas, sino a la perspectiva que cada escritor tiene de la literatura. Dicho de otro modo, las preocupaciones literarias.
Para que esto sea más comprensible, pensemos, por ejemplo, en algunas de las cartas que Gustave Flaubert escribió a Louise Colet, donde le manifestaba sus zozobras. Pensemos, también, en la búsqueda de Hemingway que, en sus años en París, comenzó a desarrollar su estilo sobre las bases de la brevedad, la economía de palabras, la simplicidad, la selección del verbo adecuado, las frases cortas, etc., hasta desembocar en su Teoría del Iceberg. Las dudas de Virginia Woolf a cerca de sus capacidades como escritora que la impulsaron hacia la búsqueda de un estilo que le permitiera transmitir, en sus novelas y relatos, la complejidad de sus pensamientos. También podemos mencionar a Clarice Lispector y su relación con el lenguaje, y la permanente «búsqueda de la palabra que diga más que la palabra dice».[i] Y, más recientemente, lo dicho por Mario Vargas Llosa en el encuentro Lecciones y maestros 2008, en la II Cita internacional de la literatura en español: «Creo que a lo largo de toda mi vida de escritor, quizá esto puedan decirlo todos los escritores, he tenido una ambición que está detrás de todo lo que he escrito: contar una historia bien contada». Estos son algunos ejemplos, aunque hay muchos más.
Yo también tengo mis inquietudes, le comenté a “esta persona” y, como es lógico, me preguntó cuáles. Son muchas, pero, en general, merodean las vicisitudes del lenguaje, de la palabra. Una de ellas es que cada frase se expanda por la historia, que su sentido se irradie por toda la trama, en todas las direcciones. A veces es solo la búsqueda de una palabra que se supere a sí misma, pero que, además, sea simple, cotidiana, reconocible. Quizá sea una preocupación inútil, no lo sé, pero son inquietudes para mí inevitables, que me invaden cuando me dispongo a escribir: La frase precisa, la densidad de las palabras.  
Cuando le expliqué esto a “esta persona”, se levantó y fue a por su ejemplar de «Todas son buenas chicas». Lo abrió y señaló la palabra “antiestrías”, que aparece en la página 53 y 54. Luego dijo algo así como que esa palabra se le quedó pegada durante el resto del relato, con un significado que se expandía en la forma de ser y actuar del personaje. Yo sonreí. Lo había entendido. Entonces, pensé que mis inquietudes a la hora de contar una historia, tal vez, no fueran tan inútiles.  




[i] Dra. Elena Losada en La náusea literaria contemporánea en Clarice Lispector, Tesis doctoral de Carolina Hernández Terrazas, Universidad de Barcelona, Junio 2008, pág. 81



Gracias por tu visita. 

«Todas son buenas chicas» (Link).

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