Hace unos
días me reuní con Inma, la especialista en reseñas de Los libros de Dánae (Link).
Yo había ido a recoger el dinero de los ejemplares vendidos en Librería Leo y
llegué una media hora antes que ella. Mientras esperaba, contemplaba el océano
de libros dispuestos en las estanterías, mesas, expositores, y meditaba,
descorazonado, en las posibilidades de que un lector llegase a ver el mío,
sobre todo cuando lo que había a la vista era el «pan caliente». Además,
observaba la actitud de los clientes: todos, o casi todos, pedían obras según
las siguientes motivaciones:
1. Se lo había recomendado un amigo.
2. Buscaban un tema específico (uno buscaba un tratado
sobre mariposas).
3. Pedían una recomendación a la dependienta, la cual,
la mayor parte de las veces, acababa poniendo o un clásico o «pan caliente» en
las manos del lector.
Cuando
Inma llegó, le comenté esa sensación, y que yo escribo por pasión, pero sin
esperanzas. Me miró con un gesto como de necesitar más explicaciones, y agregué
que nunca en la historia de la humanidad ha habido tantos libros y tantos
escritores, pero que la cantidad de lectores no había crecido en la misma
proporción. Conseguir, sin algún «milagro secreto», llegar a una cantidad
decente de lectores, es complicado. Ella me contestó que el problema era que no
había filtros. Entonces recordé que esa misma mañana, en Twitter, Rubén Angulo
Alba (Link)
al comentarme un tuit, hizo mención de la Ley de Sturgeon (Link),
que dice esto:
«El
90% de la ciencia ficción es basura, pero también el 90% del resto de la
literatura es basura. Una vez aceptado esto hay que reconocer que el restante
10% de la ciencia ficción puede ser tan bueno como lo mejor del restante 10% de
cualquier otro género literario».
La conversación con Inma, no sé por qué, derivó
hacia el mundo de las reseñas. Le comenté que no tenía claro si servían de algo,
o si al menos estaban cumpliendo con su objetivo de influir en los lectores a
la hora de decidir la compra de un libro.
Hace unos meses, el mismo día que adquirió mi libro,
una lectora me dijo que ella tomaba muy en cuenta las reseñas de Babelia (el
suplemento del diario El País), aunque reconoció que en más de una ocasión se
había llevado una decepción. Le pregunté si sabía por qué Ignacio Echevarría no
continuaba prestando sus servicios de crítico en Babelia. Dijo no y yo agregué:
porque hizo una reseña negativa de «El hijo del acordeonista», de Bernardo
Atxaga, editado por Alfaguara, por ese entonces perteneciente al mismo grupo
que El País (Link
para ampliar la información).
Mi lectora entendió lo que eso significaba e hizo una sonrisa que translucía el
nacimiento del escepticismo. Pero, de algo necesitamos fiarnos, agregó.
Es una frase de aparente intrascendencia, pero de
mucha gravedad. «De algo necesitamos fiarnos».
En una entrevista (Link)
que Culturamas le hizo a Mamen de Zulueta, de la Agencia ZW, esta declaró:
«A veces no
son obras inéditas sino que nos envían obras que ya han sido publicadas y que
han recuperado los derechos de explotación. Adjuntan reseñas o premios, pero un
premio no garantiza la permanencia ni
las reseñas son indicadoras fiables en muchos casos».
¿Por qué no son fiables en muchos casos? La
entrevistada no lo aclara, pero, quizá, parte de la respuesta la encontremos en
el siguiente fragmento del artículo de Virginia Collera, «Basta de
“buenrollismo” literario (y otras historias)» (Link):
«Está claro
que la crítica se ha democratizado ―según un estudio reciente de Harvard,
las reseñas de los usuarios de Amazon son tan fiables como las de los críticos
profesionales― y esto a Silverman le parece positivo, pero insta a reseñistas
profesionales y amateur a ser menos complacientes para salvaguardar la crítica
literaria y, sobre todo, para que cuando recomienden un libro sea de verdad...
De la buena. (vía Slate)».
Me causa cierto ¿recelo? eso de que «la crítica se ha democratizado», frase
también aplicada a la publicación de obras literarias. Me suena a una manera
políticamente correcta de decir «ahora cualquiera puede publicar y cualquiera puede
escribir reseñas», sobre todo porque luego viene el palo: «insta a reseñistas profesionales y amateur a ser menos complacientes».
Coincido con Francisco Concepción, que en un
artículo de La esfera cultural (Link)
sostiene que:
«Internet está
inundado de reseñas literarias. Todos sabemos que son reseñas sin valor.
Realizadas por compromiso, habitualmente por amigos y conocidos que tienen un
blog o un medio, y que en muchos casos ni han leído el libro. […] Un buen
crítico o blogger es honesto con lo que escribe y comparte. Las reseñas no se
hacen para destacar solamente las bondades de un libro. Desconfía de aquellas
que no reflejan ningún punto débil».
Ahora que estoy más empapado en estos asuntos, sé
que es así. He cometido el error de comprar algún libro guiado por una reseña de
un bloguero, sin antes investigarlo un poco, y he acabado preguntándome si
habremos leído la misma novela, dejando de lado los gustos personales. Con el
tiempo he aprendido a distinguir los reseñadores honestos, no «condicionados»
(y que son muchos) de los que, bueno… como dice el administrador de Factoría de
autores (Link):
«En
este punto entra la honestidad del equipo de administradores del blog. Normalmente,
se suele indicar que el blog literario existe para fomentar el libro. Pero, en
estos casos, ¿se desea fomentar los libros o, más bien, recibir libros
gratuitos con el mínimo esfuerzo?»
No tengo la certeza de que las reseñas me hayan
ayudado a vender más libros. Y digo esto porque ningún lector me ha comentado
que alguna de las reseñas (Link)
haya influido en su decisión. Tampoco le consta que las reseñas influyan en la
venta de una obra a la bloguera literaria Nuria Forte, según su
artículo «Debate: Blogs, colaboraciones editoriales y pago por reseñas» (Link).
Sí me consta, en cambio, que muchos lectores han comprado mi libro por
recomendación de otro lector de su confianza. Aproximadamente un 23%. Lo mismo
que observé en Librería Leo.
Como podréis apreciar, me he informado mucho antes
de escribir este artículo, solo para poder ofrecer una respuesta clara,
concluyente, a eso que me dijo Inma sobre que el problema era que no había
filtros. Pienso que en un mundo donde el éxito se mide en dígitos en los
extractos bancarios, los blogueros literarios «no condicionados» son un bastión
que hay que defender, y el filtro natural de mercado editorial.
Pero el campo literario está tan embarrado de
sospechas y de afanes de éxitos desmedidos, que es muy difícil que, en tanto
lodazal, las joyas consigan brillar.
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