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| Gustave Flaubert |
Alrededor de 1850, Gustave Flaubert introdujo
el discurso indirecto libre, una fusión de discurso autorial y discurso del
personaje. Con este aporte técnico, el autor de Madame Bovary buscaba aligerar
o desterrar el intrusismo del autor, encargado de explicar los acontecimientos
desde su propio parecer, restando libertad y visibilidad a los personajes y a
la línea de acción de la historia.
Flaubert fue el primero que comprendió el
valor capital de la elección de narrador, y marcó un punto de inflexión en el
camino de la narrativa moderna. El cambio fue tan radical que los críticos de
la época, habituados a novelistas que no separaban el autor del narrador y que
con sus opiniones inducían las emociones de los lectores, calificaron a Madame
Bovary como una novela carente de humanidad. La novedad fue que el narrador
invisible de Flaubert se limitaba a exponer objetivamente los hechos, y con
ello el lector quedaba sometido a sus propias respuestas emocionales, lo que
convertía la lectura en una vivencia. Ya no era el autor sino el lector quien
juzgaría a los personajes y sus circunstancias.
De modo general, ignoro cuánta importancia le
confieren los escritores actuales a la elección del narrador. Lo que sí
advierto es que, por poner un ejemplo, pareciera que en el proceso de planificación
de una novela, los intereses se centran en la definición de los personajes (las
fichas), la trama y subtramas, el escenario, cronología, la recogida de
información, su estructura general, y se presta muy poca atención a quién o
quiénes contarán la historia. Sin embargo, mi experiencia en los talleres
impartidos, y en los trabajos de corrección de estilo realizados, señala a la
elección del narrador como el responsable del fracaso de una considerable
proporción de historias.
La comprensión de las posibilidades de cada
tipo de narrador va más allá de un simple catálogo de características, ventajas
y desventajas. En efecto, la función del
narrador supera al concepto de interfaz entre el autor y la historia que llega
al lector, ese “alguien” que la cuenta pero que no es quien la escribe. No voy
a desarrollar aquí una teoría general del narrador. No acabaría ni en veinte
post. De cualquier modo, como suelo decirles a mis alumnos, solo el
conocimiento técnico y mucha experiencia ayudan en la elección. Lamentablemente,
no existe una calculadora automática de narradores. Si consigo inventarla, me
forro de billetes de quinientos. A lo que me voy a referir es al viejo debate
entre narrador omnisciente y narrador objetivo.
¿Omnisciencia u objetividad?
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| Manuscrito de Madame Bovary |
El narrador objetivo, también llamado cámara
por paralelismo cinematográfico, es un narrador invisible, frío, que refiere
los hechos con total asepsia emocional. Solo cuenta lo que ve, huele, oye, toca
o saborea. En el extremo opuesto está el narrador omnisciente, con su capacidad
de saberlo todo: qué piensan y sienten cada uno de los personajes. En
definitiva, la elección del narrador también importa al qué, cuánto y cómo se
filtrará la información a la historia. Esto nos acerca a lo que, en la teoría
narrativa, conocemos como show, don’t
tell (mostrar, no decir), aunque,
personalmente, me gusta más «no expliques lo que ocurrió, escenifícalo». La diferencia entre ambos postulados es tan sutil al escribir como
evidente en la lectura. Cuando explicamos, los acontecimientos llegan al lector
a través de la voz del narrador (decimos que Juan era muy trabajador). En
cambio, cuando mostramos, el lector es testigo directo de los hechos que se
producen en la historia (mostramos a Juan trabajando).
Si un narrador omnisciente tiende a explicar
la historia, le estará restando al lector la posibilidad de experimentarla como
una vivencia. Pero esto no significa que el
narrador objetivo, con su invisibilidad y su aséptica forma de mostrar los acontecimientos,
sea la panacea literaria.
De hecho, la invisibilidad del narrador
objetivo es solo una apariencia, porque alguien ha de generar el hecho
lingüístico (el texto no se escribe solo). La magia consiste en hacer pasar
desapercibida su presencia y convencer al lector de que está siendo espectador
de unos hechos y unos personajes reales, y que puede juzgar por sí mismo. Esta
fue la inquietud de Flaubert. Pero, no nos engañemos. Es solo una apariencia. En
definitiva, si decidimos que nuestro narrador filtre tal o cual información, o
muestre tal o cual escena en lugar de aquella, es una arbitrariedad premeditada
para mostrar lo que nos interesa, pero con apariencia de objetividad insoslayable.
Evidentemente, el perdedor en esta evolución
en la forma de exponer las historias, desde Flaubert hasta los escritores de
principios y mediados del XX, cuando se afirmó la doctrina show, don’t tell, fue el narrador omnisciente. Pero yo quiero
rescatarlo, en su justa medida.
En todos los cursos/talleres me preguntan si
es tan malo el narrador omnisciente, y luchan por ser objetivos, sobre todo
cuando les pido que escenifiquen la forma de ser de un personaje, en lugar de
explicarme que ese personaje era un tanto superficial. Personalmente, opino que
una omnisciencia moderada, reservada a los resúmenes o a ciertos pasajes de un
relato, es hasta necesaria para no parir textos desprovistos de humanidad, sin vida,
completamente distanciados del lector. El verdadero riesgo de la omnisciencia
reside en que ahorra el trabajo creativo de mostrar. Y cuando esto ocurre, solo
tiene dos causas: inexperiencia o impericia técnica.
En realidad, un escritor experimentado y
conocedor de las técnicas y recursos narrativos, hace bascular sus relatos en
una franja intermedia entre la omnisciencia y la objetividad.
Mostrará/escenificará los hechos esenciales, y explicará aquellos sucesos que
revisten menor importancia, generalmente los resúmenes.
Flaubert sabía esto. Y aunque hayan pasado ciento
cincuenta y siete años, Madame Bovary es la prueba de que a la hora de sentarse
a escribir una novela o un cuento, el narrador es un problema a resolver.
Este tema lo tratamos en profundidad en el Taller Online de Técnicas Narrativas del Ateneo Literario
Gracias por tu visita
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