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Presentación en Librería Argot, Castellón. |
En
la presentación de Todas son buenas chicas en la Librería Argot de Castellón, una de las personas que asistieron
me preguntó cómo se conseguía definir (o construir) un personaje en un relato
breve. Una pregunta bastante técnica a la cual di una respuesta escueta, pero
prometí ampliarla en mi blog.
La construcción de un personaje en un relato
breve y en una novela son procesos diferentes, y tiene relación con el concepto de personajes planos y redondos
del escritor inglés EdwardMorgan Forster. Si partimos de que la acción de una trama la generan los
personajes, no es difícil inferir la relevancia de este aspecto.
Un personaje
redondo funciona muy bien en la novela. Es tridimensional, tiene cuerpo,
carácter y pasado, y sus rasgos le confieren más volumen psicológico y
conductual. En cambio, en el relato breve solo exploraremos uno de esos rasgos:
el que interesa a la trama. Este tipo de personaje plano también es útil en los
secundarios de una novela.
Se han
escrito infinidad de páginas respecto al desarrollo del personaje. Si les digo
la verdad, la única conclusión a la que he llegado es que la
caracterización del personaje de ficción no se diferencia en absoluto de la
forma en que lo hacemos en la vida real con las personas de nuestro entorno. ¿Cómo
conocemos a las personas con las que interactuamos? Por su forma de vestir, por
su físico, por sus gustos, por sus acciones, por lo que dicen, incluso por las incongruencias
entre lo que dicen y lo que hacen. En este último aspecto, la realidad es
fatigosa, al tiempo que fuente inagotable de literatura: muy pocas personas he
conocido que no se autodefinan como generosas y amigos de sus amigos, pero en
los hechos… Al Capone dijo de sí mismo:
«He
pasado los mejores años de la vida dando a los demás placeres ligeros,
ayudándoles a pasar buenos ratos, y todo lo que recibo son insultos, la
existencia de un hombre perseguido».
(Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, Dale Carnagie)
Por otra
parte, todas las características del personaje pueden explicarse, pero solo serán creíbles a la luz de las acciones que definirán
su personalidad. Por eso mi recomendación de que no atéis los personajes a la
pata de vuestra silla; dejadlos salir a escena. Incluso Aristóteles subrayaba
la relevancia de la acción para comprender el carácter de un personaje. Acción
y personaje son elementos que se relacionan orgánicamente para sostener la
trama y focalizar el tema.
Las posturas respecto al proceso de construcción del
personaje llegan a ser extremas, desde Graham Greene que hablaba de «ese momento fabuloso en el que los personajes comienzan a hacer lo que
les da la gana.» y entonces hay que dejarlos actuar, convertirnos en meros
observadores, hasta John Cheever que en una entrevista concedida a The Paris
Review (1976) sostenía que "la leyenda de que los personajes se escapan
de sus autores —se
hacen adictos a las drogas, cambian de sexo, ganan las elecciones
presidenciales— implica que el escritor es un imbécil que no tiene el menor
dominio de su oficio. Es absurdo."
Lo cierto es que todos, cuando nos sentamos a
escribir, tenemos una idea más o menos acabada de nuestro personaje, perfilada
en nuestra mente o escrita en una ficha. Pero ya inmersos en el relato, interactuando
con los secundarios o con el entorno, es difícil abstraernos de esa especie de
transubstanciación que operamos al meternos en su piel. Es posible que en ese estado de otredad,
entendido como el vértigo de sentir, en nuestras propias carnes, el ser de
nuestro personaje, descubramos matices de su personalidad que no habíamos
planeado. ¿Es eso a lo que se refiere Graham Greene? ¿Realmente un personaje
puede comenzar a actuar solo y adueñarse de la historia? Puede ser, y no negaré
que pueda parecer absurdo, pero a mí me suele ocurrir algo que, si no es eso,
se le parece. Es entonces cuando mis personajes se redimensionan y ganan
naturalidad; eso innegable. Sin embargo, una vez acabado ese proceso de otredad
de la escritura automática, invariablemente, las revisiones suelen delatar
incoherencias que no responden al principio de causalidad ni a la recomendación
de que en una narración no deben quedar cabos sueltos.
En el otro extremo, definir y controlar el personaje,
desde el prisma racionalista de Cheever, puede dar como resultado la sensación
de un personaje excesivamente manipulado, a no ser que seamos muy hábiles para
disimularlo.
Mi opinión es que ni Greene ni Cheever. Yo apuesto
por la frescura de la otredad y la coherencia de la técnica.
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